De la misma forma que oír no es lo mismo que escuchar, hablar no es igual a comunicar. ¡Cuántas veces nos acusó el profesor de que no escuchábamos en clase! Acusamos al otro de que no nos escucha y lo que puede ocurrir es que sólo nos oye porque no comunicamos, tan sólo hablamos.

¿Cómo podemos ser escuchados?

En primer lugar, humildad y análisis de conciencia. ¿por qué debo de ser escuchado? Acaso tengo el remedio para curar todas las enfermedades, para ser millonario, para conseguir la completa felicidad…

En segundo lugar, autoconocimiento. ¿Qué tengo yo que me hace diferente? Posiblemente lo que estoy diciendo ya se ha dicho, pero puede que no cómo lo digo yo.

En tercer, cuarto e infinito lugar, ¿cómo cuento las cosas? Y sí, he empleado la palabra ‘contar’ y no es por casualidad…

Volvamos al profesor. ¿Cuántas veces lo hemos acusado de que no enseña bien porque se nota que no le gusta lo que hace y que por esa misma razón los alumnos no escuchan, se distraen, hablan…?

Ahora nos toca a nosotros.

Tenemos una empresa y acudimos a eventos en los que tenemos que presentarnos y decir qué hacemos. Somo profesionales y nos ofrecen la oportunidad de dar charlas, talleres de formación. Estamos montando un proyecto y necesitamos presentarlo para conseguir financiación, promoción. Hemos accedido a un cargo de representación y hay que dar discursos…

Tanto si nos dirigimos a un grupo pequeño como a un gran auditorio, es lo mismo: estamos hablando ante un público y no se trata de hablar por hablar por la sencilla razón de que perdemos el control del acto de comunicación.

Cuando hablamos delante de un grupo de personas, ¿qué pretendemos? Que permanezcan sentados todo el tiempo que dura la presentación y no se vayan, que nos crean, que compren nuestros productos, que acudan a nosotros cuando necesiten nuestros servicios…

En definitiva, queremos persuadir. En mayor o menor medida, queremos influir en los demás.

¿Qué medios de influencia personal conocemos? La belleza física, el atractivo, la autoridad, el carisma, el ser especialista en un tema…

En pocos minutos necesitamos ser creíbles, naturales y por qué no, atractivos; en su acepción de atraer y enganchar, dejando a un lado la belleza física.

¿Podemos conseguir esto sólo con las palabras?

Si en una presentación, las palabras sólo cuentan entre el 7%-10%, la respuesta es clara: NO.

¿Cuál es la clave?

COMUNICAR y no sólo hablar.

La comunicación es palabra y acto. Si nos centramos sólo en las palabras, perdemos su componente principal: la emoción.

[Tweet “”La emoción lleva a la acción, mientras que la razón lleva a la conclusión”-Donald B. Calne”]

¿Queremos que el público extraiga sus propias conclusiones antes de que nosotros lo hagamos en la presentación?

En una presentación en público tenemos la obligación de ser impactantes, de ganar la atención de la gente y, en esta tarea, las emociones son en gran medida responsables de la memorabilidad de nuestra intervención.

¿Podemos aprender a comunicar?

Todos conocemos a personas con un carisma especial o una habilidad innata para acaparar la atención y llegar al público; pero aún así, la comunicación es una habilidad social que se puede aprender y, según mi opinión, debería enseñarse en los colegios.

En mis talleres sobre Cómo hablar en público nos centramos en lo que he llamado los ‘3 cómos’:

  • Cómo utilizo mi cuerpo: manos, mirada, actitud corporal…
  • Cómo utilizo las palabras y la voz.
  • Cómo dominar los movimientos y comportamientos descontrolados que aparecen cuando estamos nerviosos, cuando nos encontramos ante una situación desconocida.

Cuerpo y voz han de implicarse en aquello que estamos diciendo de una forma coherente, ir en la misma dirección; al tiempo que debemos transmitir energía y entusiasmo.

¿Cómo vamos a creer a alguien que por su tono de voz parece que no se cree sus propias palabras?

“Si su misión no puede transmitirse en cinco minutos, o con una historia, es que no la tiene”-John Kotter

Y para finalizar, retomamos aquello del cuento.

Nuestra mente es un ser metafórico. De pequeños, aprendemos con historias, con cuentos que nos transmiten las ideas estimulando nuestra imaginación y establecen conexiones con nuestra vida y nuestras experiencias. De mayores, parece que tengamos que aprender a base de sofisticadas exposiciones conceptuales, información perfectamente ordenada, pero fría y racional, sin concesiones a la narración.

Normalmente, suelo comenzar este tipo de talleres con un pequeño cuento y pongo a los alumnos en la situación de imaginarse que han de contar algo a un niño. ¡Cómo musicamos lo que decimos! ¡Cómo nuestro cuerpos se involucra en el mensaje para que el niño nos entienda!

También puedo empezar contando una anécdota. ¡Qué forma tan sencilla de comenzar a ganarse el favor del público, generar empatía y relajarse!

La mayoría podemos entender una definición, pero como más disfruta la mente es con una buena historia porque las narraciones conectan directamente con la emoción…

y sin emoción, sólo hablamos y no comunicamos.

¿Aprendemos a contar nuestra propia historia?

(Por Natalia Bravo)

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